viernes, 28 de octubre de 2011

Ponencias

Ricardo acababa de finalizar sus estudios de historia, y se proponía comenzar una promisoria carrera en investigación. Su objeto de estudio era la política conservadora de las primeras décadas del siglo XX. Se decidió a presentar su primer trabajo en el marco del “Congreso de historia de los pueblos”.
En aquel texto caracterizaba la trayectoria de un caudillo conservador de Benito Juarez y llevaba como título “Caracterización de la trayectoria de un caudillo conservador de Benito Juarez”.
Ricardo estaba muy orgulloso de su trabajo, y esperaba que en esta primera presentación todos pudieran divisar lo particular de su talento.
La presentación no estuvo del todo mal, concurrencia algo escasa, Ricardo se expresó correctamente, hubo tibios aplausos y los comentarios fueron buenos.
Cualquier novato hubiera terminado conforme con ese debut, pero Ricardo sentía que su performance hubiera merecido otro marco y otra respuesta.
Al consultar al profesor que le había comentado el trabajo este le dijo: “Tu ponencia está muy bien, pero le falta punch”. A Ricardo le llamó la atención que el veterano historiador utilizara el vocablo punch, pero siguió escuchándolo atentamente. “Un título más sugerente hubiera atraído más público y con mejor predisposición”, finalizó diciendo el catedrático.
Ricardo, no muy convencido, decidió hacerle caso y volvió a presentar el mismo trabajo un mes después y con mínimas correcciones bajo el título de “Un guapo del 900 en Benito Juarez”
Ante su sorpresa, la concurrencia fue mas nutrida y los comentarios más compinches y jocosos, terminó cenando con su comentarista y varios de los concurrentes a quienes no conocía de antes.
Para su siguiente presentación en un congreso decidió trabajar sobre una semblanza de un famoso gobernador conservador de la Provincia de Buenos Aires, con una ponencia a la que tituló “Pintando un Fresco”.
De nuevo la táctica resultó exitosa, mucha gente, excelentes comentarios y guiños de la audiencia.
Ese modesto éxito se le subió a la cabeza a Ricardo que comenzó a consolidar en su cerebro una especie de fetichismo de los títulos.
A partir de ese momento nada sería más importante que conseguir un título llamativo, a tal punto que él, que siempre se había ocupado de los procesos de principios de siglo XX, se dedicó a realizar un trabajo sobre la Masacre de Ezeiza, con el único fin de poder titularlo “Esta es la batalla del Movimiento”.

Y fue más allá:
Escribió una ponencia sobre el nacimiento de una conocida fábrica de suelas y zapatos que llevó como nombre “Febo asoma”.
Y fue más allá, investigó sobre los atentados sunitas en Irán para escribir un texto al que tituló “Cuidado con la bomba… chiíta”

Su producción era prolífica, pero poco sólida, las ponencias apenas llegaban al estándar mínimo para ser aceptadas, y además su repercusión ya no era la de antes. La gente comentaba lo ocurrente de sus encabezados, pero su reputación ya no iba más allá de eso.
En un último intento desesperado, Ricardo se introdujo en la medicina deportiva, y escribió un ensayo sobre el impacto de la anorexia en el equipo estadounidense de cama elástica que bautizó “Flacas gimnastas de América”.
No hubo caso, la carrera de Ricardo se desplomó, mientras el pasaba el día obsesionado en buscar títulos que jamás llegaban a convertirse en trabajos.
Sumido en una profunda depresión decidió terminar con su vida un viernes a las tres de la mañana, con la esperanza de que alguien utilizara el título del tema de Charly en su obituario… pero nadie lo notó.

lunes, 17 de octubre de 2011

La lealtad plebeya

El peronismo siempre fue complicado de comprender, para propios, pero sobre todo para extraños.
A menudo, la forma que encontraron los extraños para procesarlo fue la negación y la estigmatización.
Desde aquel título del diario Crítica del 17 de octubre que hablaba de “grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino” la estrategia fue ningunerar y/o estereotipar.
Así es como, desde aquel momento hasta nuestros días, la madera del parquet inevitablemente termina alimentando el fuego del asado, las movilizaciones son motorizadas por el choripán y el arreo de indigentes, los millones de votos son producto del clientelismo y la ignorancia, y los trabajadores se dejan representar por mafiosos que reíte de Don Corleone.
Pareciera que en lugar de estar refiriéndose a uno de los movimientos políticos más importantes y duraderos de occidente, estuvieran contando la trama de una leyenda urbana.
Lo mismo pasa con la lealtad peronista. La presentan como un disvalor casi medieval, como si fuera la relación feudal entre el siervo de la gleba y el señor, jerárquica y unidireccional, donde uno manda y el otro obedece. Anacrónica, indigna e irracional.
Se equivocan. La lealtad peronista es una lealtad plebeya. Es una lealtad fuerte, pero no es incondicional. Está basada, como el viejo imperio Inca, en la reciprocidad y en la redistribución. Reciprocidad y redistribución pero no sólo de objetos materiales y cargos, como repite el sentido común de medio pelo, también de ideas, ideales, reconocimientos, responsabilidades, ejemplos y valores.
Es sobre todas las cosas una lealtad exigente, a menudo hinchapelotas para el que está arriba, porque sabe que debe cumplir para merecerla y que si la descuida, hasta el último orejón del tarro le puede organizar una agrupación aparte, presentar una candidatura molesta o simplemente irse a la mierda.
Ojo, mi intención no es idealizarla. Es una lealtad “humana” que sabe de flaquezas y dudas, de desorientaciones y lagunas. Es uno de esos atributos difíciles de aprehender para cabezas simplificadoras, racionalizadoras y esquemáticas pero que en sus mejores momentos es capaz de construir poder popular, como pocas experiencias conocidas. Compañeros: a disfrutarla, a cuidarla y a honrarla. Feliz día de la Lealtad. 

sábado, 1 de octubre de 2011

Aforismo

Después de mucho tiempo de andar perdidos y a pata, logramos
construir una motoneta. Modesta y con defectos, pero que por fin parece llevarnos hacia un lugar mejor.

Dice el neoliberal: “Es cara y anticuada”

Dice el conservador: “Es peligrosa y no permite que tengamos
los pies sobre la tierra”

Dice el trotskista: “No existe en comparación de mis planes
de teletransportación”