sábado, 28 de junio de 2025

RAN de Akira Kurosawa

RAN (1985)

     Volví a Ran como se vuelve ahora a las cosas, topándome con la película en una plataforma. Gracias a esa casualidad tomé conciencia de dos cosas: en primer lugar, que la película cumple 40 años de estrenada y, en segundo lugar, que el altisonante título con el cual el resumen se refería a Kurosawa, “tal vez el más importante director del siglo XX” podría perfectamente ser cierto.

     Cómo nos habían tratado estos 40 años a la película y a mí, era una de las preguntas a resolver en este nuevo visionado. La vi originalmente en el cine Cervantes, una pequeña sala ubicada en frente al Palacio Municipal de La Plata en la etapa en que fue reservada al cine arte. Lo primero que hay que decir es que la película envejeció espectacularmente bien. Las más de dos horas y media de duración, pensadas para otro mundo y otros ritmos, se revelan más que llevaderas. Ran combina una trama épica y profunda, con una estética a la vez realista y fantástica. Lo verosímil y la leyenda se entrecruzan sin desentonar nunca.

     La trama es doblemente conocida: por la difusión que tuvo la película en su momento y porque está inspirada en Rey Lear de Shakespeare. Un viejo señor feudal del Japón del siglo XVI decide retirarse y dividir su reino entre sus hijos, luego de una larga carrera de conquista sangrienta cimentada sobre la masacre de las nobles dinastías cuyas tierras lindaban con la suya, incluyendo a familiares de quienes después se convirtieron en parte de su propia familia política. Hidetora, el padre en retirada, decide privilegiar a su primogénito en el reparto para entender, cuando ya es tarde, que solamente contaba con la lealtad y el respeto del único hijo que se opuso a la división.

     El guion mantiene su vigencia, sigue cumpliendo con aquel objetivo de Kurosawa de transmitir las clásicas tensiones del poder, la familia y la condición humana. La versión de Lear, sobre la que se escribió tanto, sigue siendo genial y no es excesivo considerarla la mejor adaptación de Shakespeare a la pantalla grande, a pesar de (o debido a) la inmensa cantidad de licencias que se toma el director.

     Lo que golpea de manera inédita en este nuevo visionado es ese tipo de realismo épico que ya no se encuentra en los filmes. Ran nos permite volver a ver colas de caballos que se mueven por el viento sin ningún tipo de coreografía ni retoque posterior, incluso a riesgo de dejar al descubierto la anatomía menos pública de los animales. Ese mismo viento mueve a su antojo las nubes que entran y salen de cuadro mientras el sol ilumina caprichosamente las escenas al ritmo de la interposición o no de esas mismas nubes. Y Kurosawa elige mantener ese azar en las tomas. Centenares de extras corriendo en batallas en las que se huele la sangre, el miedo, el valor y las humaredas. Extras que en el calor de la batalla caen de manera natural, en algunos casos porque realmente tropezaron mientras se rodaba. Otra nota nostálgica: una parte no menor del mérito es de la filmación en Eastman de 35 mm y sus vibrantes colores, muy lejos del tono pastel y sombrío que tiene todo hoy para facilitar las intervenciones digitales.

     La contracara de esa deliciosa participación del azar es la puntillosa planificación de la filmación de cada escena. Eran tiempos de “lo que rodaje non da, montaje non presta”, es decir que era casi imposible sumar a la versión definitiva elementos que no hubieran sido filmados originalmente. Kurosawa, que ya había hecho una maestría con Kagemusha, aquí se doctora con honores. Los colores, los movimientos de masas, la selección de los entornos naturales y los artificiales. Todo cumple perfectamente con el plan casi divino de introducirnos en la historia y atraparnos en ella. Es imposible no pensar cómo eso influyó en las actuaciones, que también son supremas. Basta con leer las quejas actuales de actrices y actores que filman sobre pantallas verdes sin saber qué colores los rodearán, sobre qué textura de suelo caminan o incluso si se verán sus rostros o los tapará un casco cibernético, ya que todo eso se define después del rodaje.

     Y como a Ran le sobra realismo, Kurosawa puede colar a su antojo situaciones que tensan la verosimilitud. El rostro del propio Hidetora, que desde un principio llama la atención por su peculiar maquillaje y que va deformándose como una maltratada máscara veneciana, o el sobreactuado bufón que contra cualquier sentido de la supervivencia no duda en ofender sin disimulos a los nobles guerreros que reposan junto a su espada samurai. El excesivo rojo de la sangre, el coreografiado pacto suicida de las amantes del viejo Pater Familia, el guerrero sosteniendo su propio brazo amputado en el rigor de la batalla. La apuesta por el realismo nunca le baja la intensidad a las escenas. A pesar de su detallismo, el director no deja que “la verdad arruine una buena historia”.

     La escena más icónica del film -la batalla que termina en el incendio del castillo- es buena medida de esta combinación de dimensiones. Es realista al punto de que la reproducción de la edificación efectivamente fue prendida fuego, pero a la vez la niebla omnipresente y la música de Takemitsu que suplanta al sonido ambiente la ubican en un lugar de ensueño. En esa escena Hidetora escapa de la muerte varias veces de manera milagrosa. Finalmente sale de escena caminando, ni siquiera huye, como una especie de zombi que se desplaza entre las líneas de soldados agresores que le abren paso para dejarlo continuar su derrotero. Pero no es la escena de Marvel en la que el superhéroe sobrevive a las más inverosímiles situaciones para redimirse, es la sobrevida del personaje trágico que de todas formas va a morir, pero en otras circunstancias.

     Si algo hace ruido mirado desde hoy es la decisión del director de cambiar el género de la descendencia, que en Rey Lear son tres mujeres, y que termina definiendo el carácter casi exclusivamente masculino de la trama del film que, como la inmensa mayoría de las películas de su época, no pasa positivamente el test de Bechdel. El sesgo patriarcal parecería agrandarse en relación a la figura de Kaede, la manipuladora cuñada de Hidetora en la que -en apariencia- se encarna el estereotipo de la esposa escaladora que contamina los pensamientos de su marido. Sin embargo, el desenlace de la historia nos permite ver que esta heredera de una de las dinastías aniquiladas por el conquistador es, a su manera, una heroína. 

     No había vuelto a ver la película completa en estos cuarenta años. La experiencia vuelve a ser maravillosa en el sentido estricto de la palabra. Extraordinaria, fabulosa, admirable. Fascina como nos fascinan las viejas construcciones, en parte porque nos atraen sus estructuras, sus capiteles, sus columnas, sus mayólicas, y en parte porque ya no se construyen más. Kurosawa pudo hacer un clásico a partir de otro clásico y cumple con la premisa fundamental para merecer esa categorización: envejecer muy bien. 

Publicado en GUAY! Junio de 2025 

https://revistaguay.fahce.unlp.edu.ar/index.php/2025/06/26/ran-1985-akira-kurosawa/

 

miércoles, 20 de marzo de 2024

LA NOMENKLATURA INNECESARIA

 Mucho se viene escribiendo acerca de la situación actual del país y sobre la derrota peronista y sus causas. A grosso modo podemos dividir los análisis sobre esto último en dos tipos: las miradas que ponen foco en las debilidades, errores y horrores del último gobierno de Alberto Fernández y aquellas que buscan los motivos en una crisis más a largo plazo del peronismo especialmente en su variante kirchnerista. En general las primeras privilegian la explicación centrada en la economía y las segundas en cuestiones más relacionadas con lo discursivo y la crisis de representatividad, aunque esta no es una regla de hierro. Me ubico más cerca de estas últimas pero no voy a intentar hacer un análisis completo de la situación del peronismo que ya hicieron compañeros y compañeras con mejor pluma, si no que prefiero referirme a una cuestión particular que por desviación profesional y generacional relacionaré con la historia del siglo XX. Luego de la muerte de Stalin, y especialmente después de la destitución de Nikita Kruschev en 1964, quedó a cargo de la gestión del estado en la Unión Soviética una elite de dirigentes y funcionarios administrativos que fueron conocidos como la “nomenklatura”. A diferencia de la vieja burocracia stalinista que creció a la sombra de un liderazgo personal indiscutido y que sufría una situación de inestabilidad recurrente debido a las purgas sistemáticas, esta nueva elite -conformada obviamente por miembros de aquella misma vieja burocracia- no le debía su estabilidad a nadie y se fue apropiando de la administración del estado privilegiando sobre todo su propia supervivencia, estabilidad y bienestar. El historiador Poch de Feliu menciona que esta dirigencia mantuvo la fraseología del materialismo histórico (“ismat” en su propia jerga) como una forma de identidad y de anclaje legitimador con el pasado revolucionario convirtiéndola en un conjunto de afirmaciones y reglas vacías, dogmáticas y cuasi religiosas cada vez menos relacionada con la vida de todos los días de la sociedad rusa.

Entiendo que no parezca la mejor comparación en tiempos de una derecha liberal radicalizada para la cual cualquier colectivo guiado por la solidaridad y la empatía es tildado de “comunista”. Pero estoy escribiendo para nosotros y no para ellos, y creo que la analogía sirve.

Durante los indudablemente positivos años del kirchnerismo  -la década ganada– y también en el marco de la resistencia al macrismo y en el último período de gobierno se llevó a cabo una construcción simbólica y discursiva con algunos puntos de conexión con aquella nomenklatura. Lo que la oposición llamaba despectivamente “el relato” (y que es inevitable en la acción política, especialmente al estar en el gobierno) fue convirtiéndose en una caricatura de sí mismo y, lo que es peor, en una permanente justificación -e incluso alabanza- de cuestiones que sin dudas andaban y andan mal en este bendito país. Así las cosas concebimos un discurso que comenzó a parecerse a la definición de Homero Simpson con respecto al cristianismo: todas esas reglas bonitas que no funcionan en la vida real.

Mientras tanto crecían los verdaderos “sótanos de la democracia”. Sentidos comunes que aun disfrutando de las mejoras en la vida cotidiana que brindaba el kirchnerismo recelaban de esa edulcorada manifestación de fe que generaba el discurso oficialista y que a menudo era irritante incluso para nosotros mismos. El estrepitoso fracaso macrista y la vuelta del peronismo al poder disimuló por un momento la persistente tendencia que alejaba a nuestro movimiento de la representatividad popular y que lo complicaba especialmente en términos de presencia federal. En ese contexto aquellos sentidos comunes se combinaron con el nunca faltante núcleo duro gorila y se potenciaron con los malhumores generados por la pandemia, la inflación y los hechos de corrupción que los medios multiplican hasta el infinito cuando se trata de gobiernos peronistas con la misma persistencia con la que disimulan los de otros.

Me parece que no hay forma de reconstruir la tradicional alianza del peronismo con las mayorías si no revisamos ese comportamiento nomenklatural. La postura ante la decadencia de la escuela pública me parece icónica como ejemplo. Es indispensable que aceptemos que en esta Argentina la frase de Macri sobre “caer en la educación pública” se percibe como más auténtica que la de nuestra dirigencia cuando se reivindica “hija de la escuela pública”, a la que hace rato ha renunciado a mandar a sus hijas e hijos (o en el mejor de los casos confunden con los dos o tres colegios estatales “prestigiosos” que hay en las capitales de provincia o CABA). Es cierto que “las escuelas dependen de las provincias”, es cierto que “la escuela no es una guardería”, puede ser cierto que “el docente que para está enseñando a luchar”  pero ninguna de esas frases disminuye la profunda angustia y decepción que siente una madre, un padre o una abuela al llegar al colegio y ver el cartelito que avisa que no hay clases por falta de agua, paro de auxiliares o porque la seccional roja de una de las disidencias de alguno de los múltiples sindicatos docentes marcha en solidaridad con los obreros de Cracovia. También es cierto que “la patria es el otro”, que “los números deben cerrar con la gente adentro”, que “ningún pibe nace chorro” y que “la desocupación es peor que la inflación”. Pero hasta la verdad más incontrastable se vuelve insignificante si es sentida como tapadera de problemas irresueltos.

A esta altura alguien puede preguntarse por qué hablo de “nomenklatura innecesaria” ¿Acaso puede existir una nomenklatura necesaria? No. Me refiero a que el peronismo se puso innecesariamente en ese lugar. En el afán de diferenciarse del discurso antipatria y por salir a defender este país que amamos, caímos en la trampa de hacerlo sin beneficio de inventario. Mientras que la nomenklatura soviética sí podía sentirse responsable del perfil que tenía aquel estado soviético construido casi desde cero por la revolución, en nuestro caso nos hicimos cargo  de una serie de deficiencias, decadencias e idiosincracias que no son responsabilidad nuestra, o al menos no los son exclusivamente. Por diferenciarnos de los discursos que desprecian al país casi que terminamos creyéndonos aquello de los “70 años de peronismo” que repite el gorilaje. Construimos justificaciones y endulzamos situaciones como la de la inflación, la falta de divisas, la inseguridad, los cortes, las huelgas, la falta de insumos, la corrupción, la falta de previsibilidad y la incertidumbre generalizada, todo enmarañado en una interminable, irritante y falsamente épica disputa discursiva en la que nos importó tener razón antes que triunfar y explicar más que solucionar.

Ojo, no es que crea que sea tiempo de una larga y dolorosa autocrítica. Nos tocaron momentos difíciles para gobernar y en ocasiones no estuvimos a la altura. Punto. No es tampoco un llamado a renunciar a la épica que siempre ha sido combustible de nuestras luchas. Lo que sí pienso es que nos debemos épicas concretas, creíbles y fundamentalmente enfocadas en la mejora de la calidad de vida material y espiritual de las mayorías. Hay que centrarse en lo que viene, en componer esas nuevas melodías que reclaman los tiempos, pero no hay forma de hacerlo sin tener presente los errores pasados.

Escrita para https://avionnegro.com.ar/

4/3/2024

jueves, 2 de febrero de 2023

Viejos y nuevos dilemas del federalismo argentino

 

Igual que la mayoría de los países latinoamericanos, Argentina tardó en terminar de constituirse en un Estado centralizado después de independizarse de la metrópoli. Esta “larga espera” —tal como la bautizó un historiador argentino— de aproximadamente medio siglo transcurrió en medio de enfrentamientos internos en los cuales, además de los obvios choques de intereses facciosos, se debía resolver la disputa en torno a la forma que tendría el Estado naciente. Mientras que en otras regiones de nuestra América Latina las guerras civiles enfrentaron a conservadores y liberales, en estas tierras el choque se dio entre federales y unitarios. El triunfo de los primeros terminó de dejar en claro cuáles serían los principios rectores del futuro Estado: el republicanismo, el federalismo y, aunque desagradara a muchos, la inevitable presencia plebeya de las masas.

Que estos tres principios quedaran definidos no significó, por supuesto, que el camino hacia una república federal y democrática estuviera allanado. Entre tantos otros conflictos, los dilemas en torno del federalismo fueron, y todavía son, algunas de las causas del complicado derrotero de la historia de nuestro país.

En la batalla de Pavón de 1861, el triunfo de Mitre y las huestes porteñas parecieron poner el mojón para la centralización definitiva del Estado nacional pero también erosionaron la posición de un federalismo que no había sido capaz de superar sus propias diferencias internas ni de doblegar a Buenos Aires. Sin embargo, lo que parecía un triunfo definitivo de la ciudad puerto por sobre el interior encontró los límites que surgieron esta vez desde la propia oligarquía. Tibiamente primero, bajo la presidencia de Sarmiento, y con más fuerza después con el liderazgo de Avellaneda y la constitución del Partido Autonomista Nacional, las elites provinciales fueron marcándole la cancha a la que todavía era la capital de la provincia. El triunfo militar de Roca en 1880 contra Buenos Aires terminó de fundar las bases de la república federal oligárquica. ¿De qué forma considerar un federalismo fruto del enfrentamiento de elites que muy poca consideración tenían por las voluntades populares? ¿Cómo ponderar un nacimiento sostenido por las mismas fuerzas que habían masacrado poblaciones originarias y serían las responsables de mantener el orden político oligárquico? Considerar aquellos vicios de origen nos permite preguntarnos por cuestiones que siguen vivas hasta el presente ¿El federalismo es popular o es oligárquico?¿Es democrático o contramayoritario? Es cierto que ese federalismo que originalmente nació y venció a través de las lanzas de las montoneras también fue utilizado con posterioridad para intentar cerrar el paso a las expresiones populares. Es verdad que el Senado, la más federal de las cámaras, también fue muchas veces la más conservadora y contramayoritaria. No es casual que el primero de los gobiernos populares posteriores a la constitución del Estado nacional, el de Hipólito Yrigoyen, haya buscado en la recurrente utilización de la intervención federal una forma de mantener a raya a los poderes provinciales y fortalecer de esa forma el poder que democráticamente obtuvo en 1916.

¿Cuál es la relación actual del federalismo con el movimiento nacional? El peronismo, a pesar de su estrecha relación con el Gran Buenos Aires, nació como un movimiento profundamente federal en su concepción. Pensemos simplemente en su empeño en la creación de provincias que hasta mediados del siglo XX habían sido simplemente “territorios nacionales”. Sin embargo, nos enfrentamos a cierto sentido común —no totalmente desconectado de la realidad— que lo fue ubicando como una fuerza encajonada cada vez más en los límites del populoso conurbano bonaerense. Las disputas de 2008 por la 125 terminaron de profundizar y  consolidar esta idea. Y si hablamos de paradojas del federalismo, no podemos dejar de mencionar que en aquella oportunidad la ciudad de Buenos Aires se mostró al frente de esa movida pretendidamente federal. Aunque la ciudad de Buenos Aires no siempre fue antiperonista y en los primeros años del peronismo formó parte del sólido apoyo electoral hacia el general Perón que provenía de lo que hoy llamaríamos el AMBA. Lo cierto es que después del golpe del 55 y la proscripción, la ciudad se tornó en lo que es hoy: un bastión del antiperonismo. Hoy por hoy no hay voto más ideológico que el de CABA en Argentina. Alcanza con presentar credenciales de gorilismo rancio y demostrarse capaz de construir desde ese lugar privilegiado una alternativa efectiva al peronismo para que el electorado porteño brinde sin dudar su apoyo en las urnas. No importa si la ciudad más rica de América Latina desatiende la salud y la educación públicas ni que derrumbe su patrimonio edilicio para posibilitar los negocios inmobiliarios de durlock, no importa que cambie una y mil veces baldosas en perfecto estado para mantener los negocios de algunos pocos vivos. Mientras se mantenga como trinchera contra el peronismo, todo vale.

¿Es posible salir de este laberinto por arriba? Sería bueno encontrar en la actual disputa contra la ciudad de Buenos Aires por la coparticipación, la oportunidad de refundar un movimiento de alcance verdaderamente nacional que termine definitivamente de amalgamar aquel proyecto popular, democrático y federal. Es cierto que el peronismo nunca dejó de ganar elecciones en las provincias, pero como bien viene demostrando el radicalismo, eso no necesariamente alcanza para plantar un proyecto nacional. La tarea no es simple, pero emprenderla le vendría bien a un peronismo cuya relación con lo popular y lo electoral se presenta problemática como pocas veces.

Escrito para Avion Negro 9/1/2023

https://avionnegro.com.ar/contextos/viejos-y-nuevos-dilemas-del-federalismo-argentino/ 

martes, 31 de octubre de 2017

Ampliar los límites de lo posible

Néstor Kirchner asumió en medio de una de las peores crisis que vivió nuestro país, con escasos votos y con el desafío autoimpuesto de darle a su presidencia una impronta propia
Algunos de los logros de su presidencia son, aun hoy, hitos inolvidables del período kirchnerista. Es imposible no mencionar aquellos que iniciaron el desandar de la impunidad de los crímenes del terrorismo de Estado, como los cuadros descolgados y la nulidad de los indultos y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que permitieron volver a caminar el sendero de la Verdad, la Memoria y la Justicia. También los relacionados con la integración con la América Latina que comenzaba a vivir su renacer populista y el histórico NO al ALCA, así como el desendeudamiento y la consiguiente liberación de las ortodoxas tutelas del FMI.
Otros logros, como el de la obsesiva libretita y los superavits gemelos, aunque menos épicos fueron fundamentales para construir ese país normal qué solía mencionar, en el que descendieron contundentemente los números de la pobreza, la indigencia y el desempleo.
Para mi generación, la que terminó la escuela primaria en plena transición democrática a principios de los años ochenta, significó además una experiencia novedosa. Crecimos acostumbrados a que las voces oficiales sólo comunicaran malas nuevas. Salvo en aquel efímero momento de la primavera alfonsinista, escuchamos siempre a presidentes que se despacharon con deprimentes anuncios de economía de guerra, privatizaciones, olvidos, megacanjes y recortes –por no mencionar las aterradoras Cadenas Nacionales que la dictadura propalaba en nuestra infancia-.
Con Néstor Kirchner fue diferente. En él encontramos un líder que volvía a operar sobre la realidad, sin ser arrastrado como una hoja al viento por las aparentemente ineludibles reglas de la economía de mercado y del mundo nuevo nacido al calor de la globalización y la caída del muro. Néstor ampliaba los límites de lo posible, y eso no era poco para quienes habíamos crecido en un escenario de realpolitik y decepción. Para aquellos que además somos peronistas, significaba asistir a un proceso de inclusión, solidaridad y keynesianismo, que sólo habíamos conocido por libros o cuentos de Unidad Básica. Todo esto protagonizado, además, por una amplia alianza social que aunaba a la clase obrera con las nuevas organizaciones sociales, y a lo más rancio de la tradición justicialista con sectores del progresismo vernáculo, en vibrante clave movimientista que, por si fuera poco, parecía replicarse a lo largo de la Patria Grande.
Hoy recordamos un nuevo aniversario de la partida de Néstor Carlos Kirchner, en tiempos de retrocesos, de egoísmos y odios, en los que aquel “Nunca Menos” del poeta aparezca tal vez como demasiado optimista. Sin embargo, mantenemos algo invaluable: la experiencia y el legado de su liderazgo transformador y la esperanza de que su inspiración nos permita volver a estar a la altura.

 Para Diagonales.com
http://www.diagonales.com/contenido/ampliar-los-lmites-de-lo-posible/6400

miércoles, 26 de febrero de 2014

Diagnóstico

-Que hacés nene, ¿como la ves?
-Y está difícil, ¿no?
-Esto es por no profundizar...por no ir al hueso. Era tiempo de ponerse los pantalones largos y enfrentar al capital concentrado...
-Y bueno...
- Sacarse de encima a los burócratas y a los barones. Yo justo el otro día le decía al Vasco...
-Uyyy, el Vasco, ese gordo chanta... te acordás cuando estaba en la lista con ustedes?
-Si...todavía está.
-¿Cómo que está?...me cansé de escucharte decir que no era confiable, que era un sorete reaccionario...
-...lo sigue siendo.
-...que dudabas si no se estaba quedando con guita... que había que echarlo a la mierda...
-Si...habría que echarlo a la mierda...
-¿¿Y??
-... es que nunca nos dio la correlación de fuerzas.

jueves, 4 de julio de 2013

Misión Histórica



Soy parte de una nueva raza de conductores argentinos de automóviles. Luchamos para que se respete la prioridad de paso de los peatones.

Para que nuestra lucha sea efectiva necesitamos la colaboración de quienes cruzan la calle. No necesariamente de todos, pero al menos una vanguardia comprometida.

Es preciso que lleguen a la esquina y crucen sin dudar. Basta de miradas nerviosas para ver si el coche frena o no frena. Basta de temor ante el bólido que se acerca y no parece tener intención de detenerse. Coraje, voluntad y ¡a cruzar la calle!.

No les mentiré, no será fácil, algunos morirán…pero habrán colaborado con la misión histórica de liberar al peatonado argentino.

viernes, 28 de octubre de 2011

Ponencias

Ricardo acababa de finalizar sus estudios de historia, y se proponía comenzar una promisoria carrera en investigación. Su objeto de estudio era la política conservadora de las primeras décadas del siglo XX. Se decidió a presentar su primer trabajo en el marco del “Congreso de historia de los pueblos”.
En aquel texto caracterizaba la trayectoria de un caudillo conservador de Benito Juarez y llevaba como título “Caracterización de la trayectoria de un caudillo conservador de Benito Juarez”.
Ricardo estaba muy orgulloso de su trabajo, y esperaba que en esta primera presentación todos pudieran divisar lo particular de su talento.
La presentación no estuvo del todo mal, concurrencia algo escasa, Ricardo se expresó correctamente, hubo tibios aplausos y los comentarios fueron buenos.
Cualquier novato hubiera terminado conforme con ese debut, pero Ricardo sentía que su performance hubiera merecido otro marco y otra respuesta.
Al consultar al profesor que le había comentado el trabajo este le dijo: “Tu ponencia está muy bien, pero le falta punch”. A Ricardo le llamó la atención que el veterano historiador utilizara el vocablo punch, pero siguió escuchándolo atentamente. “Un título más sugerente hubiera atraído más público y con mejor predisposición”, finalizó diciendo el catedrático.
Ricardo, no muy convencido, decidió hacerle caso y volvió a presentar el mismo trabajo un mes después y con mínimas correcciones bajo el título de “Un guapo del 900 en Benito Juarez”
Ante su sorpresa, la concurrencia fue mas nutrida y los comentarios más compinches y jocosos, terminó cenando con su comentarista y varios de los concurrentes a quienes no conocía de antes.
Para su siguiente presentación en un congreso decidió trabajar sobre una semblanza de un famoso gobernador conservador de la Provincia de Buenos Aires, con una ponencia a la que tituló “Pintando un Fresco”.
De nuevo la táctica resultó exitosa, mucha gente, excelentes comentarios y guiños de la audiencia.
Ese modesto éxito se le subió a la cabeza a Ricardo que comenzó a consolidar en su cerebro una especie de fetichismo de los títulos.
A partir de ese momento nada sería más importante que conseguir un título llamativo, a tal punto que él, que siempre se había ocupado de los procesos de principios de siglo XX, se dedicó a realizar un trabajo sobre la Masacre de Ezeiza, con el único fin de poder titularlo “Esta es la batalla del Movimiento”.

Y fue más allá:
Escribió una ponencia sobre el nacimiento de una conocida fábrica de suelas y zapatos que llevó como nombre “Febo asoma”.
Y fue más allá, investigó sobre los atentados sunitas en Irán para escribir un texto al que tituló “Cuidado con la bomba… chiíta”

Su producción era prolífica, pero poco sólida, las ponencias apenas llegaban al estándar mínimo para ser aceptadas, y además su repercusión ya no era la de antes. La gente comentaba lo ocurrente de sus encabezados, pero su reputación ya no iba más allá de eso.
En un último intento desesperado, Ricardo se introdujo en la medicina deportiva, y escribió un ensayo sobre el impacto de la anorexia en el equipo estadounidense de cama elástica que bautizó “Flacas gimnastas de América”.
No hubo caso, la carrera de Ricardo se desplomó, mientras el pasaba el día obsesionado en buscar títulos que jamás llegaban a convertirse en trabajos.
Sumido en una profunda depresión decidió terminar con su vida un viernes a las tres de la mañana, con la esperanza de que alguien utilizara el título del tema de Charly en su obituario… pero nadie lo notó.