miércoles, 14 de septiembre de 2011

Amistad militante

Mi amistad con Nacho es de esas amistades que solamente se pueden forjar a la vera de actividades absorbentes. En nuestro caso, la militancia política.
Con Nacho nos parecemos más de lo que admitiríamos, pero mucho menos de lo que piensan los otros, aquellos que a fuerza de vernos juntos habitualmente desconocen cual de nosotros es cada quien. Siempre me he jactado de ser bastante más sutil que Nacho. El flaco es muy bruto en lo que se refiere al tacto a la hora de tratar con el prójimo. Todos escuchamos alguna vez aquello de que “con ciertas cosas no se jode”… bueno, Nacho no.
En la ronda de amigos esa rusticidad no se nota demasiado, porque entre varones y con algunas copas encima no es pecado zafarse con algunas consideraciones poco decorosas respecto a la idiosincrasia femenina o, por ejemplo, con aquellas críticas hacia el estado de Israel, tan comunes dentro del ambiente Nac & Pop, que a duras penas esquivarían la denuncia de antisemitismo del INADI. Pero Nacho no hace diferencia, es capaz de repetir el remañido chiste de que alguien debería abrir en la facultad de odontología la agrupación “Doctor Barreda” tanto en la intimidad como en la reunión con la comisión de Damas del Club Regatas.
Esto que voy a contar no sucedió hace tanto. Hacía una hora que le estábamos dando vuelta a una situación sin resolverla, o “haciéndole la paja al muerto” (como en cierta oportunidad, en una reunión de estudiantes secundarios con el gobernador, mi compañero le dijo a la mujer de Cafiero, quejándose de que la ley de boleto secundario no salía).
Lo que discutíamos era un encargo directo de Fernández. Se acercaba la interna y tenía algunos problemas con la séptima sección. Fernández no está tan loco como para encargarnos la séptima a nosotros, pero había un barrio en la que la cosa estaba peluda y nos pedía una mano, lo cual confirmaba los rumores acerca de la decadencia de Fernández.
Como nosotros apenas podemos llevar a votar a nuestros familiares, caía de suyo que deberíamos recurrir a profesionales. No es que se nos fueran a caer los anillos por tratar con punteros, siempre hemos sido peronistas, y eso es algo que no cambiamos a pesar de las distintas organizaciones políticas por las que pasamos. Originalmente, como muchos militantes de clase media, empezamos en la militancia estudiantil, pero el tiempo pasa y nos vimos obligados a entrometernos en la política real.
Todavía recuerdo la larga charla de una madrugada de bolichón en la que reflexionábamos sobre la construcción social de la democracia y el lugar indispensable de los movilizadores de votantes en el marco de la sociedad de masas. En gran parte realmente creemos eso, pero en esa ocasión era sobre todo parte del autoconvencimiento necesario para nuestro debut del día siguiente en el que iríamos hasta el asentamiento con el baúl del 128 lleno de zapatillas. Aquella vez el destinatario era el cordobés, un puntero del montón, de esos que hay que juntar 50 para empezar a charlar en una interna. En realidad, para Taco (nuestro amigo especialista, del que aprendimos casi todo lo que sabemos) ese era el único tipo de punteros que contaban.-“ No le creas a nadie que te diga que tiene más de 50 votos” suele repetir todavía hoy -“Marcar padrones, marca cualquiera, el tema es quien te garantiza realmente que mueve esa gente el día del comicio” .
Aquella vez del cordobés, ví por primera vez lo que aún hoy me sigue llamando la atención. Cada vez que un auto desconocido se acerca a lo del cordobés y se estaciona en la entradita, la vecina de enfrente, una señora de unos sesenta y pico pero que, como suele pasar en los barrios, parece bastante mayor, se asoma a la ventana y, si ve que hay algún movimiento no habitual, enseguida se acerca muñida de su libreta cívica, dispuesta a votar donde el cordobés le diga. ¡Que alguien me convenza que esa muestra de lealtad hacia el “vecino – puntero”, vale menos que el voto de cualquier porteño que vota al candidato porque lo vio dos veces almorzando con Mirtha!.
A pesar de lo expuesto debo admitir que en la intimidad nos referimos a ellos, a los punteros, como “púnters”, como si a través de este falso anglicismo tomáramos distancia de la actividad clientelística (puro prejuicio pequeño burgués).
Las dudas de la jornada no tenían que ver con la disyuntiva de realizar o no el encargo de Fernández, si no con respecto a cuál de los posibles “púnters” nos podían ser útiles en la cruzada. Revisando el terreno con el flaco, acordamos que las posibilidades de la hora eran dos: o el rulo, aquel que salió por canal 26 por electrificar el perímetro de la canchita para que no se la usen los del otro barrio, o Carmen la que tiene la madre ciega que siempre le pone café al mate (porque le gusta, no porque sea ciega).
Al Rulo ya lo conocemos de tiempo. Es efectivo, pero de trato difícil. Alguna vez hemos tenido algún cruce de poca monta por unos chorizos que no llegaron a tiempo al acto en conmemoración de la victoria de Cámpora en Barrio Aeropuerto. Entre nosotros le decimos “el camello”, no sólo por su mentada relación con el tráfico de sustancias ilegales , si no más bien por su semejanza con aquel chiste del camello que repetía “ si no me chupás los huevos no sigo”. Con el Rulo uno nunca sabe las condiciones finales, si alguna vez fuera banquero, cosa que conociendo la capacidad de ascenso social que brinda la política argentina no habría que descartar, sería el rey de la letra chica. “El rulo es un viaje de ida” nos dijo Taco la primera vez que oímos hablar de él, y nuevamente la referencia era doble, pero sobretodo señalaba la dificultad de mantener con él una relación armoniosa.
Con Carmen la cosa es distinta, es una compañera con toda las letras. Manya menos la cuestión punteril, pero es mucho más confiable. Carmen viene del palo de los Derechos Humanos, incluso a partir de un primo lejano que desapareció en San Justo tuvo un breve paso por las Madres Línea Fundadora, hasta que se pudrió de las internas con la “Línea La Plata” y se fue con Hebe, (con quien duró tres días). Los votos de Carmen son menos abundantes, pero son más descansados y seguros (y la verdad que nosotros estábamos más interesados en hacer un papel decoroso que en ganar sí o sí la interna).
Luego de un breve silencio abrupto (de esos que según mi abuela si se dan “y diez” o “menos diez” marcaban la presencia de un Ángel) Nacho dijo lo que yo no me atrevía por temor a quedar como “sensiblero” : - y… vamos con Carmen-
De camino le recordé a Nacho que el humor negro no es para cualquiera, y que especialmente en este caso se abstenga de realizar la imitación de Videla diciendo “no está...no está... ni vivo ni muerto” que con dudoso gusto ensaya cada vez que a alguien se le pierde algo.
Cuando llegamos le subrayé, -Directo al grano, acordate que no tenemos tiempo, nuestro margen es bastante…esteee...bastante…-
-Holgado-, me dice
-No boludo, al revés, bastante limitado-
-No, mirá- ,me señala, -Marta Holgado-
Efectivamente saliendo de la casa de Carmen estaba la supuesta hija del general, acompañada por un chofer-guardaespaldas que hubiera jurado que era la falsa momia del programa de Mauro Viale. Nos saludaron a la pasada, se subieron al auto y partieron.
Carmen nos comentó, mate con café mediante, que no iba a poder colaborar con nosotros, que tenía una fija recontra chequeada: el ADN hecho por el FBI comprobaba que Marta era la hija de Perón, lo que la posicionaba inmejorablemente para ir por la cabeza del PJ, y ella acababa de acordar ser “su mujer” en La Plata. La escuchamos con atención, sin esbozar la menor mueca de sorna, no por respetuosos si no porque la experiencia nos enseñó a considerar hasta el más alocado de lo planes políticos. Después de una breve charla saludamos cordialmente y nos fuimos.
Al otro día arreglamos con Rulo. Perdimos igual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario